Refleja perfectamente el sufrimiento y la agonía que es una maratón, y en concreto, Madrid. Hay que correrla para saber lo que es. En las llanas se va a por tiempo, en Madrid se sufre y se gana la gloria, cuando llegas después de un calvario y tu familia está esperándote en la meta.
Preparáos para que se os pongan los pelos de punta (y para echar alguna lagrimilla, o muchas...)
CRÓNICA SUFRIDA Y UN PELÍN EXTENSA DEL MAPOMA 2008
Aún estoy mirando al cielo para ver las estelas con los colores de la bandera española que han dejado los aviones de la patrulla Águila cuando suena el pistoletazo. Se oyen muchos gritos y aplausos porque hay muchas ganas de empezar. Poco más de un minuto después paso por debajo del arco de salida. Empieza la fiesta.
Salida |
La Patrulla Águila |
La Gran Vía |
Ferraz vuelve a picar para arriba y me empiezan a doler las rodillas. Este año no he querido vendarme ni las tibias ni las rodillas porque estoy harto de correr pareciendo Robocop. Me doy cuenta que no voy a poder seguir a Jesús y a Luis porque tengo que forzar en la cuesta para no quedarme. Tras Ferraz bajamos hasta el Puente de los Franceses y enfilamos la Av. De Valladolid. Aquí se nota que Jesús y yo aflojamos y Luis decide irse. Demasiado nos ha aguantado. Aún así, con el nuevo ritmo yo no me noto fino y al llegar a la entrada de la Casa de Campo le digo a Jesús que tire, que yo voy a bajar mucho porque estoy mal. En cuanto se despega, mi ritmo se derrumba, debo haber bajado de golpe un minuto el kilómetro. Me empiezan a sobrepasar corredores por todos los lados.
Empiezan mis peores momentos, qué hago aquí, qué necesidad tengo, no voy a llegar ni al 25, si es que no entreno… Parece que ha pasado una eternidad desde la media, ¿dónde diablos está el 25? Cuando llego, me paro en la mesa de Aquarius a por un vaso. Qué tentación... NO, echa a correr. Estoy parado el tiempo justo para bebérmelo de un sorbo, pero todo mi cuerpo me pide que no siga, que me retire. A ambos lados de la cuneta se ven cada vez más corredores parados o andando con las caras ya demacradas. Pero, ¿cómo puede ser? Si es el 25 aún. En ese momento decido que me voy a retirar, que ya terminé el año pasado y que tal y como estoy no voy a llegar. Cuando esté en Lago llamo a Virgi, pillo el Metro y me voy a buscarles. Desde aquí se ve a los corredores que ya están saliendo de la Casa de Campo y pienso que lo lógico sería ir hasta ellos campo a través para ahorrarme la vuelta a entera, pero no lo hago. ¿Por qué? Bueno, no sé, tampoco es muy lógico estar aquí sufriendo como un perro así que la lógica la debo tener mal afinada.
Sigo corriendo aunque me vaya a retirar para por lo menos hacerlo con la mayor dignidad posible. La cuneta ya es un rosario de gente hecha polvo que mira con desesperación a los que pasan en sentido opuesto. Yo, sin darme cuenta, me he ido yendo hacia la izquierda y también voy por la cuneta aunque sea corriendo. Siguen adelantándome muchos corredores, pero ahora yo también paso a alguno. Al llegar, por fin, al giro que nos enfila hacia la salida oigo que gritan mi nombre. Es Javier Tolín, un conocido de Mapfre. ¡Gracias Javi!, atino a decir casi sin voz. Que te animen normalmente te da alas, pero me temo que yo ya las tengo cortadas. En el 27’5 me paro por el Aquarius he intento, al igual que en el 25, no caer en la tentación de andar; pero no puedo ,las piernas no me responden, no tengo fuerzas. Pido que me echen algo de Reflex en las rodillas y decido ir andando hasta Lago, que debe estar hacia el 28 o 29 para retirarme.
Tras unos cuantos pasos me entra un rabia tremenda. No voy a llegar, no veré a Pablo ni a Virgi en la Meta, ni podré poner la medalla en la estantería para sentirme orgulloso al verla, cuatro meses entrenando, sacando tiempo de donde no lo hay, sin dormir, las discusiones con Virgi, la lucha contra la pereza, el no montar en bici, no salir con el club… Pero no puedo, el cuerpo me lo pide, la cabeza también, parezco un alma en pena, con el ceño fruncido. Andando penosamente intentando soportar el dolor que me produce cada paso. No puedo, no puedo, de fatiga estoy bien, pero me duele mucho el cuello, las lumbares, los hombros y sobre todo las piernas. La cabeza me sigue pidiendo a gritos que me retire.
Menos mal que también tenemos corazón y ese también tiene algo que decir. Tras unos 500 metros andando me pongo a correr de nuevo. Cada vez que alguien se para y echa a correr de nuevo la gente le anima mucho y eso reconforta. ¡AAAhhh! Lo malo que tiene andar es que se cargan las piernas y luego es peor. Aprieto los dientes mientras mi cuerpo se acostumbra de nuevo al trote. Estoy en el 28, si aguanto hasta el 30 ahí puedo parar de nuevo, andar durante el avituallamiento y los kms ya empezarían a contar desde 10 hasta abajo. Desde 10, sí, ni pienses en los 42,195, se termina en los 40 y punto. Llego a la cuesta del Lago y me tengo que parar de nuevo, esto no hay quien lo suba, parece La Morcuera, coño. No es que ande para descansar ni nada parecido, es que físicamente me es imposible seguir corriendo.
Al “coronar” la cuesta me echo a correr de nuevo y de nuevo me anima la gente. Estoy hecho polvo, incluso andando cada paso es un suplicio; pero algo ha cambiado. Ahora me siento determinado: yo termino esto aunque sea arrastrándome por el suelo. Paso por la boca del metro y ni la miro. A pesar de que estoy sufriendo un montón me vuelven los pensamientos positivos. Siempre me ha gustado pensar en la frase de Antonio, el Campeón: “el día que yo me retire de una carrera será inconsciente o atado en el SAMUR”. Por mis santas narices que yo llego a la Meta a ver a Pablo y a Virgi.
Ahora sé que voy a terminar a no ser que ocurra una desgracia, pero también sé que va a ser muy, muy duro. Justo antes del avituallamiento la calle vuelve a picar hacia arriba. Los pocos metros que me separan del agua se me hacen eternos, pero no quiero andar. Mientras bebo el Aquarius y el agua llego a un acuerdo conmigo mismo: puedo hacer los avituallamientos andando y correr el resto. Esto haría que me quedasen un total de cuatro miniretos: hasta el 32,5, hasta el 35, hasta 37,5 y hasta el 40. Los otros 2 kms, 195 metros no cuentan, son anecdóticos. Lo de los miniretos está bien, ir consiguiendo pequeñas metas sienta muy bien al coco, que es con lo tengo que acabar porque piernas no me quedan.
Se acabó el ‘descanso’, toca volver a correr. ¿Descanso?, si cada paso me cuesta un horror y hace que me duelan hasta las pestañas. Siento como si las piernas me fuesen a reventar de la presión, verás cuando corra, pero es lo que toca. ¡Ahhh!, noto como mis gemelos están agarrotados por haber parado e intentar retomar la carrera. Se ponen duros como piedras y pasito a pasito se van recomponiendo. Mi ritmo es penoso, pero parece que tras medio kilómetro la rigidez de las pierdas afloja lo justo para poder seguir. Pasamos por una zona de grandes avenidas, pero hay bastante público y eso siempre es bueno.
Y parece que voy andando aunque corra |
Alcanzo las mesas de agua y vuelvo a parar. Esta vez pido que me echen algo de Reflex en los abductores. Sé que no vale para mucho, pero también sé que el Reflex quema y todo lo que haga que me distraiga del dolor que siento me vendrá bien. ¡Vamoos!, a por el 37,5, que es el último intermedio, ¡el último! Pero arrancar cada vez me cuesta más y el 37,5 no llega nunca. Sigo conservando la botella de agua entre punto y punto. Este año no hay signos de deshidratación, eso lo he mejorado. No puedo evitar echarle un ojo al GPS de vez en cuando y lo que veo es desolador: 50 metros, 100, 150, 200,…. La quemazón del Reflex parece que surte efecto porque me alivia un poco el dolor. Ha sido buena idea. Llego a las mesas, pero esta vez soy incapaz de no hacer trampa y paro un poco antes. Qué más da, el caso es que estoy en el 37,5 y voy a terminar cueste lo que cueste. Uno, no me queda más un último tramo hasta el 40. Sé por el perfil que es el más duro, pero eso no quiero ni pensarlo. Vuelvo a pedir Reflex en los abductores. Esta vez me lo da un chica pero mi pudor se quedó en 25, estoy como para preocuparme de eso. Me dice que no ayuda mucho, que es más de coco. Les digo que eso es justo lo que me hace falta y se ríe.
Andar ya no me alivia nada, siento tal presión en los cuadriceps que creo que se me va a salir el músculo a través de la piel. Pero lo que toca es lo que toca, enfrentarse a las cuestas. Estamos en la parte de atrás de Atocha y hay muchísima gente. La avenida de la Infanta Cristina parece que mide 20 kilómetros, no se termina nunca y cuando lo hace es para girar a la izquierda y dar paso a un muro por el que hay que escalar. Me paro de nuevo. No he llegado al 40, pero no puedo seguir. En este punto sé que tengo que terminar, pero no sé cómo voy a hacerlo, ya no me consuela nada. A mitad de cuesta corro un poco y llego a las mesas. ¡El 40, por fin! Esto ya está, esto ya está, me repito sin cesar; pero ni eso me anima. Quiero llegar ya, quiero abrazar a Virgi y a Pablo y me quiero ir a casa. Esto es una locura, no me tengo en pie. Subir la cuesta, incluso andando, me resulta imposible. Pero sigo adelante, ¿qué voy a hacer?
Tras el avituallamiento lo de siempre, pelea mental para echar a correr: has pasado el 40, aprieta lo dientes y sigue. Y eso hago. Veo a dos chicas con las que he estado compartiendo los últimos kilómetros. Las dos tienen muy mala cara, supongo que como todos. Una de ellas va llorando y se quiere retirar y la otra la está agarrando para que no lo haga a la vez que la empuja. La escena es conmovedora. Empiezo a sentir la ansiedad de estar ya rodeando el Retiro, pero me tengo que parar de nuevo, soy incapaz de seguir subiendo la cuesta. Pero andando tampoco puedo, me duelen demasiado las piernas, me van a reventar, esto es inhumano. Pienso que he pasado ya la pancarta del 41 y que me estoy haciendo trampa, no debería estar andando y que como me duele de todas formas lo que tengo que hacer es echarle huevos y a correr. Pienso en Virgi, en Pablo, en la carita que pondrá al verme. Aún no me han llamado, así que saco el móvil y la llamo yo. No consigo dar con ella, ¿no habrá llegado, o es que con tanta gente hay saturación? Me echo a correr de nuevo. Llego a la puerta del Retiro y aprieto aún más los dientes. La puerta está atestada de gente que aplaude como loca. Me empiezo a poner muy nervioso, lo he conseguido, lo he conseguido, pero tengo que hacer el esfuerzo de llegar, sigue, sigue.
La recta del Retiro |
Buscando a Virgi desesperadamente |
Al cabo del rato saco fuerzas para llamar a Virgi. Me dice que está al otro lado de las vallas, a la altura de la meta en un parque infantil y que no puede cruzar. Recojo las botellas y penosamente me levanto. Voy haciendo ruidos al andar, así que supongo que debo estar gracioso. Me siento muy mal, cada paso es un suplicio. No voy a poder llegar. Cruzo a través de las vallas y voy hacia la meta. No voy a llegar, no voy a llegar. Me siento en un banco porque no puedo seguir, pero el dolor no disminuye, así que vuelvo a levantarme y sigo buscando a Virgi. Un parque infantil, un parque infantil, dónde está, no puedo más. Por fin lo veo a la derecha, me arrastro hacia él y veo a Virgi y a Pablo jugando. Acelero el paso lo poco que puedo.
Cuando estoy cerca me ven ellos. Oigo que Virgi le dice a Pablo – Mira papá, ¡si es superman!. Pablo sonríe y le brillan los ojos. Se me saltan las lágrimas cuando le abrazo y le doy un beso. Ahora todas las emociones me afloran de golpe. Me abrazo a Virgi y, de nuevo, me echo a llorar. No puedo evitarlo y tampoco tengo por qué hacerlo. Ahora sí, ahora sí me siento emocionado y además comprendo por qué antes no. Porque antes no había terminado, sólo había cruzado la meta. La maratón la he terminado ahora.
Cruzando la meta |